sábado, 23 de octubre de 2010

La biblia y el calefón

Enfrentamientos, especulaciones y demostraciones de poder, ante un universo de espectadores impávidos son las escenas que recorren actualmente las estructuras sindicales de nuestra Argentina.

Son frondosos los antecedentes de conflictos dentro y fuera de la CGT en los últimos años, si es que nos detenemos a hacer un corte temporal para el análisis. Los acólitos de Hugo Moyano y Gerardo Martínez dieron numerosas muestras de hasta dónde pueden llegar. Los sucesos de San Vicente durante el traslado de los restos del General Perón a su última morada fueron el mayor exponente de un enfrentamiento que no ha culminado y que aflora esporádicamente cuando las previsiones o controles se desmadran.

Esta disputa latente se reeditó menguadamente en el acto en la cancha de River, organizada por el camionero, con la sinfonía cruzada de silbidos ante la arenga del organizador o cuando se anunció la presencia del líder del gremio de la construcción.

Pero no sólo en una vereda sindical se cuecen habas, sino que con un inusual grado de tensión persiste en el seno de la CTA la disputa entre los seguidores de Pablo Miceli y Hugo Yasky, quienes velan sus armas en la interminable definición sobre quién conducirá los destinos de la central de trabajadores en los próximos años.

Aún cuando las manifestaciones de desacuerdos y discordias son de relevancia en el terreno netamente sindical, las especulaciones políticas se encuentran a la orden del día, y los mismos protagonistas juegan sus fichas en una ruleta donde nadie tiene garantizado resultado de éxito alguno.

Al alineamiento forzado entre el líder de la CGT y el matrimonio K, que se fue alejando paulatinamente de sus viejos amigos de la CTA, por los poderosos y pragmáticos adalides de la ortodoxia sindical peronista; coexiste la hermandad entre el sector de Miceli y el Proyecto Sur del inescrutable Pino Solanas y su socio permanente, Claudio Lozano, quienes fieles a su estilo contestatario, se alejan cada vez más de la posibilidad de convertirse en una opción de poder con acceso a la Rosada.

Mientras tanto el nunca perecedero Luis Barrionuevo, se asoma tras la figura de uno de los precandidatos del mega-espacio del Peronismo Federal, a la espera de mejores tiempos para volver a seducir a la sociedad con sus máximas sobre como sacar adelante a la Argentina, en el breve lapso de dos años.

En tanto, en el pago chico del PJ de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la competencia adquiere ribetes propios de su identidad, y las multifacéticas iniciativas culturales del incansable defensor de los intereses de los encargados de edificios (SUTERH), Víctor Santa María, chocan de bruces con las exitosas cruzadas en pos de beneficiosos convenios colectivos obtenidos para los estatales nacionales (UPCN) por el atildado Andrés Rodríguez.

Pero en medio de este laberinto de pasiones y miserias, la intolerancia y la violencia se cuela para llevarse la vida de un joven militante del Partido Obrero en el barrio de Barracas, en un enfrentamiento sin esclarecer con participación de manifestantes de la Unión Ferroviaria y la Policía Federal.

Por ello, este mosaico de actores y actitudes nos vuelven a recordar casi hasta el hartazgo, aquellas premonitorias frases del genial Discépolo, al cual pareciera que nunca podremos abandonar, cuando de describir nuestra realidad se trata.

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