Uno de los fenómenos propios de la restauración
democrática de 1983 a
la fecha fue el enamoramiento de los distintos Presidentes de la Nación hacia
algunos de sus ministros, dotándolos a veces de superpoderes o delegación de
temas que podían repartirse en varias carteras del Ejecutivo en una sola.
La tendencia la inició Raúl Alfonsín
en los lejanos 80 cuando apostó fuerte en su ministro de Economía, Juan Vital
Sourrouille padre junto a Roberto Frenkel y José Luis Machinea del famoso Plan
Austral que cambiaba las reglas de juego en la materia tras los desaguisados
del último gobierno militar. Si bien el técnico no era un hombre surgido de las
tradicionales filas del partido de gobierno, encontró en Alfonsín el respaldo
absoluto para implementar sus ideas en la realidad argentina de entonces. No
fueron pocas las críticas que tuvo que afrontar el caudillo de Chascomús por
apoyar las políticas económicas de su delfín, dentro y fuera de la UCR. No obstante lo cual su obstinación fue la regla.
En el plano político, tuvo la misma actitud al
otorgar extremo poder, en este caso desde las sombras, a Enrique “Coti”
Nosiglia, quien fue protagonista de cuanto operatoria del gobierno viese la luz. Era uno de los
jóvenes brillantes de la
Junta Coordinadora radical, que con paciencia de hormiga ubicaba
a hombres de su confianza en los distintos estamentos gubernamentales y
legislativos que se les presentaba. Quizás en este punto, y no es el único,
estemos en presencia de un deja vú.
Sobre el final de su gobierno, al líder radical
se le fueron los principales resortes del poder de las manos y encumbró en
forma adelantada la llegada de Carlos Menem a la Rosada. Y más allá a los
estilos diametralmente opuestos entre el riojano y su antecesor, hubo puntos en común entre ambos. Y fue
precisamente el deslumbramiento por las cualidades técnicas de otro
superministro, en este caso Domingo Felipe Cavallo. El autóctono mediterráneo
se tranformó en la otra cara de la medalla de poder menemista y junto al también
superpoderoso, Roberto Dromi, produjeron la reforma conservadora más impactante
de las últimas décadas. Convertibilidad, privatizaciones y negociados varios
fueron moneda corriente de la década del riojano en el poder, que sostuvo a sus
elegidos hasta el cumplimiento de sus ocultos objetivos, muy lejanos de sus difusas promesas del salariazo y la revolución
productiva en tiempos preelectorales.
Con la derrota del menemismo en su intento de
perpetuarse en el poder (otro deja vú?), la prometedora Alianza
entre la UCR y el FREPASO, duró lo que la luz de un fósforo al no superar la
profunda contradicción interna entre el más conservador de los hijos del
radicalismo como De la Rúa, y el supuesto adalid del progresismo y de la nueva
política, Carlos “Chacho” Alvarez. Pero aún en sus diferencias también
abrevaron de las mismas aguas que los anteriores y se ataron a otro
sentimiento, cuando todo se derrumbaba por errores propios, por el concierto
internacional desfavorable y por la ayudita de algunos amigos del principal
partido opositor (léase PJ y algunas expresiones gremiales); los aliancistas
recurren paradójicamente a Domingo Cavallo.
El final es trágicamente conocido por todos:
muerte, helicóptero y siete presidentes provisionales en una semana son
postales difíciles de olvidar. Con la llegada de Eduardo Duhalde otra vez un
técnico cobra relieve en momentos de crisis, Roberto Lavagna comienza una tarea
de reconstrucción económica que durante un tiempo también respertaría su
sucesor Néstor Kirchner.
Pero los aires del sur trajeron otros protagonistas para manejar las principales áreas con manejo de amplios
recursos, llegaba Julio De Vido para convertirse en el funcionario más
influyente en la gestión del santacruceño. Y así fue hasta la desaparición del
fogoso mandatario, momento en que comenzaría la lenta pero firme tupacamirización
del otrora hombre fuerte del kirchnerismo.
La presidenta Cristina Fernández de Kirchner intentaría generar su
propia tropa con nuevos jóvenes brillantes. Es la hora de la temible Cámpora, con más voracidad que la Coordinadora radical de los 80, y aparece una nueva figura
fulgurante en el cielo cristinista: Axel Kiciloff.
Es el turno de un nuevo
representante de los designios presidenciales de la restauración democrática.
Así YPF, Aerolíneas, el control de empresas energéticas, etc. pasan a engrosar
las áreas de ingerencia del ¿nuevo? Sourrouille o Cavallo. En la misma línea de
preferencia, pero en materia política Juan Manuel Abal Medina crece en paralelo
proceso de acumulación de poder pero desde la trinchera a diferencia del
Nosiglia de Alfonsín.
Por todo esto y ante los desgraciados antecedentes históricos,
esperemos que los resultados en la actualidad sean distintos, a pesar del
fuerte aroma a deja vú que nos traen cotidianamente.