domingo, 21 de noviembre de 2010

Este pacto, no es con Dios

Es frecuente en la historia argentina que gobiernos en ejercicio busquen paralelismos con otros en contextos históricos totalmente disímiles. El matrimonio Kirchner fue también afecto a esa autorreferente tendencia.

Inmediatamente después de la desaparición física del ex presidente, comenzó a escucharse con insistencia la implementación de un pacto social, entre el mundo del capital y del trabajo. El primero que se animó a reinstalar el tema fue el líder de la CGT, Hugo Moyano, luego encontró eco en la figura de Héctor Méndez de la UIA, hasta finalmente hacerse carne en el discurso de la presidenta Cristina Fernández en la clausura de la Conferencia Anual que nuclea a los empresarios industriales.

Pero así como en el cine suele afirmarse que segundas partes nunca fueron buenas, la búsqueda de puntos en común entre este iniciativa todavía en ciernes y el Pacto Social llevado a cabo por José Ber Gelbard durante la breve presidencia de Héctor J. Cámpora y la tercera del general Juan Domingo Perón resulta al menos inconsistente.

En principio porque no hay una figura política que sustente un acuerdo de esas características de la magnitud de Perón, sino también por la manifiesta distancia entre la solvencia técnica del extinto ministro de Economía y el actual, sin dejar de resaltar que las figuras de Moyano y Méndez se encuentran a años luz de sus antecesores en la idea de una concertación que frene una escalada inflacionaria moderada pero preocupantemente constante. Basta rememorar el predicamento de José Ignacio Rucci entre la clase trabajadora organizada allá por los setenta, como el activo rol de la Confederación General Económica conducida por Julio Broner.

Vale recordar también que luego de la muerte de Perón, el plan se derrumbó y terminó engendrando con posterioridad el temible rodrigazo. Por otra parte, la propuesta del gobierno actual no está claramente explicitada y difícilmente pueda contener como otrora congelamiento de precios, alza generalizada de salarios y suspensión de los convenios colectivos de trabajo por dos años, ya que ni siquiera se ha podido encontrar un lenguaje común para medir los números de la economía real.

Es de esperar que si el intento de acuerdo no prospera, sus protagonistas no tengan pena por dejarlo, porque este pacto no es con Dios…