jueves, 5 de junio de 2008

Los imperecederos anticuerpos peronistas



En la historia del peronismo siempre existió la idea del equilibrio de poder interno, que en su particular estilo discursivo Perón denominaba anticuerpos.
Así cuando los sectores juveniles de los 70 hegemonizaban la estructura movimientista del Justicialismo, las organizaciones sindicales reforzaron su accionar hasta “aniquilar” la tendencia izquierdista para dar lugar a oscuros y siniestros personajes de la derecha vernácula encabezados por José López Rega.

Pasada la dictadura militar y como consecuencia de la inteligente campaña electoral montada por Raúl Alfonsín que denunciaba un pacto sindical-militar entre la ortodoxia peronista y los responsables de la época más trágica de la historia argentina contemporánea, en los 80 nacía la entonces Renovación Peronista conducida por Antonio Cafiero, Carlos Menem y Carlos Grosso, que en pocos años sustituirían a los viejos caudillos territoriales y representantes de la patota sindical como Vicente Leonidas Saadi, Lorenzo Miguel y Herminio Iglesias.

Caído Alfonsín, Menem se transformaría en el protagonista hegemónico de los 90, con sus aliados neoliberales comandados por Domingo Cavallo y Alvaro Alzogaray. Sin embargo fue de las mismas entrañas de la fórmula que pregonaba la nunca vista Revolución Productiva que nació el anticuerpo encarnado por el bonaerense Eduardo Duhalde para sustituír un poder en decadencia por otro en ciernes.
Pero la historia tiene sobrados ejemplos que demuestran que lo que uno le hace a otro, también le puede ocurrir a uno; y así el presidente que remontó la crisis terminal del 2001 encumbró a un ignoto gobernador de la Patagonia a la primera magistratura de la Nación para sucederlo en el 2003.

Néstor Kirchner, que de él se trata, con paciencia oriental fue construyendo poder propio desde la gestión hasta lograr dos objetivos impensados cuando comenzó a salir del anonimato. Consiguió que su esposa fuera Presidenta y obtuvo la conducción del Partido Justicialista Nacional, sin mayores resistencias intestinas.

Fue el conflicto con el campo el catalizador para la aparición más elocuente de voces disonantes en el partido creado por Perón allá por la década del 40. Comenzó en Córdoba y Santa Fe, provincias poderosas electoralmente en votos y producciones agropecuarias donde dirigentes con peso político considerable emergieron con críticas a la política oficialista.

Juan Schiaretti, delfín del caudillo cordobés José Manuel De la Sota, y Carlos Reutemann, nacido a la política de la mano del menemismo pero cultor de un estilo independiente en el justicialismo pueden convertirse en la punta del iceberg de una nueva ola de anticuerpos de la que podrían abrevar Jorge Busti, Felipe Solá, Antonio Cafiero y hasta el mismísimo Eduardo Duhalde.
Nuevamente la realidad torna sabias las aseveraciones del viejo caudillo que fuera el mayor exponente del pragmatismo y la anticipación política de este contradictorio país.