martes, 21 de abril de 2009

Según pasan los años


En la Argentina nadie renuncia a nada, suele escucharse en boca de los ciudadanos comunes, y es verdad en términos de no abandonar posiciones de privilegio por ejercer determinadas funciones ejecutivas o legislativas.

Pero la historia argentina de los últimos años se ha plagado de nuevos renunciamientos. Los hay como los que inauguró el el extinto líder radical Raúl Alfonsín, y lo emulara su correligionario Fernando de la Rúa, con la escala previa del fundador del FREPASO, Carlos Chacho Alvarez.

Ahora nos encontramos también con la nueva ola de renuncias a cargos en ejercicio, para transformarse en candidatos a otros. Gabriela Michetti y Felipe Solá picaron en punta en una práctica que genera broncas y polémicas porque abonan la tendencia a no respetar la voluntad popular.

Muchos se preguntaran cuál es el sentido del ejercicio ciudadano de sufragar si los que resultan electos tienden a partir ante la primera necesidad de su estructura partidaria. Estas acciones que se completa con el cambio de lugar de residencia de los candidatos con la misma intencionalidad, sólo profundiza la brecha entre gobernantes y gobernados que se había remontado con posterioridad a la crisis institucional del 2001/2002.

Finalmente, para completar el panorama de los pseudorenunciamientos y los mensajes grandilocuentes, también hemos asistido en estos días al alejamiento de Santiago Montoya de ARBA, el ente recaudador bonaerense, luego de negarse a integrar la lista de candidaturas “testimoniales” del oficialismo, donde de antemano se anticipó que de ser electos los ocupantes de esas nóminas no asumirían las nuevas funciones.

La versión dada a conocer, como tantas veces, habla de la renuncia del funcionario, pero en realidad es una nueva remoción de quien no cumple los mandatos del poder de turno.


Como se verá, hay ejemplos variopintos en cuanto al significado de la palabra renunciamiento. Por eso hoy resuena más que nunca aquel lejano “renuncio a los honores pero no a la lucha” de Evita en un presente donde el imperecedero doble discurso reina en todo su esplendor.