martes, 16 de junio de 2009

Highlanders


En los últimos años prácticamente se le había dado el certificado de defunción al bipartidismo en la Argentina. Con el triunfo de la Alianza, parecía que las estructuras partidarias de los sucesores de Leandro N. Alem y Juan Domingo Perón llegaban a su fin.


Pero el estrepitoso fracaso del gobierno de Fernando De la Rua y Chacho Alvarez posibilitó el resurgimiento del Peronismo y el hundimiento del Radicalismo a niveles subterráneos.


La versión justicialista para el retorno del gigante dormido, fue la heterogénea propuesta encarnada por Néstor Kirchner, que fue acrecentando su poder ante la permanente caída del eterno adversario de las boinas blancas.


Paradójicamente tras la reelección del modelo en las urnas, el enfrentamiento con el campo significó el comienzo del fin para la propuesta que abandonaba el transversalismo para recostarse sobre la vieja estructura del PJ, tantas veces denostada por el matrimonio en el poder.


Con el deceso del último caudillo radical, Raúl Alfonsín, el radicalismo pareció renacer de las cenizas, invadiendo las calles de la ciudad en su despedida terrenal. En tanto el peronismo, fiel a su naturaleza, empezó a pergreñar alternativas surgidas de su propio seno, ante el aparente ocaso del kirchnerismo.


En este contexto, llega el 28 de junio, batalla previa y trascendente para el recambio del 2011. Y extrañamente, dos bloques se perfilan bajo la órbita de los vapuleados partidos políticos tradicionales que como suerte de highlanders vernáculos se preparan para la nueva competición.


En las comarcas de los herederos de Perón y Evita, tres son las figuras que emergen como presidenciables, y llamativamente ninguna de ellas es considerada químicamente pura para los propios.


Carlos Reutemann y Daniel Scioli, ídolos deportivos transformados en políticos por el entonces líder carismático de los 90, Carlos Menem, ponderados luego por el bonaerense Eduardo Duhalde y permanentemente seducidos por Néstor Kirchner desde su acceso al poder, intentan un delicado equilibrio entre la diferenciación con el gobierno y actitudes que puedan categorizarse como desestabilizadoras.


Mientras que el otro candidato posible, Mauricio Macri tampoco considerado hijo dilecto, sino aliado, y representante de sectores identificados con el centro-derecha, tiene la disyuntiva de sumarse a una escudería a la que siempre esquivó o postergar sus aspiraciones temporales y apostar a una reelección en un distrito en el cual todavía mantiene las mieles con un electorado habitualmente esquivo y cambiante.


Ante este ramillete de posibilidades hay quienes añoran la reedición de una nueva interna partidaria para dirimir la máxima candidatura, que no volvió desde el lejano 1988.

En la vereda opuesta, el panorama no es más sencillo. Conviven en él, la nueva expresión de la esperanza radical, el controvertido Julio Cleto Cobos, de pasos impredecibles para propios y ajenos, que en plena campaña electoral no tuvo empachos en reunirse con amplia repercusión mediática con Francisco de Narváez y apoyarlo ante la arremetida judicial de Faggionato Márquez.


En el mismo espacio, el socialista Hermes Binner abandonó su bucólica moderación y mesura para desatar una agresiva arremetida contra su rival local y nacional, Reutemann, a través de distintas acciones entre las que se destacó una cadena de mail donde alojó supuestas irregularidades durante la gestión del ex piloto de fórmula uno.


Y finalmente, la eterna candidata Elisa Carrió, artífice del acuerdo con los seguidores de Alfredo Palacios, y de la reconciliación con su antigua morada de la UCR, deberá quizás medir sus fuerzas en una eventual interna abierta como la utilizada en su momento por la Alianza entre el radicalismo y el Frente Grande.


Pero sea como fuere la resolución de los ocupantes de las fórmulas para el 2011, más allá de las presunciones de analistas, librepensadores y teóricos políticos, nuevamente se medirán en la arena mayor los dos exponentes de los avances o retrocesos en la agitada realidad nacional. Y esto ocurre por el buen saber y entender, de quien es en definitiva el protagonista de su propia suerte: el pueblo.


Y no es poco.